Aunque los responsables de las políticas en todo el mundo han actuado con una velocidad e ímpetu sin precedentes frente a la pandemia del COVID-19, es poco probable que sus acciones eviten que el mundo entre en la recesión más profunda desde la Segunda Guerra Mundial.
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Con hasta un tercio de la población del planeta confinada mientras los gobiernos intentan frenar el avance de la pandemia COVID-19, la economía global parece encaminarse hacia la recesión más profunda desde la Segunda Guerra Mundial y, posiblemente, la Gran Depresión.
Las autoridades han reaccionado con una velocidad y una intensidad sin precedentes para tratar de limitar la debacle económica por las medidas adoptadas para combatir la pandemia. Sin embargo, la naturaleza particular del problema limita los objetivos que estas pueden lograr con sus acciones.
¿Pueden acudir al rescate los gobiernos?
En esta ocasión, los gobiernos sí parecen reconocer la importancia de la política fiscal. Por ejemplo, Washington aprobó recientemente un paquete de rescate por valor de 2 billones de USD, el equivalente al 10% del PIB y el más grande en la historia de EE. UU. Este paquete incluye una ayuda más generosa para diversos sectores, como el de las aerolíneas, que se han visto especialmente afectados.[i]
En el espacio de cuatro semanas de marzo y abril, más de 22 millones de estadounidenses han solicitado prestaciones por desempleo, una cifra sin precedentes.[ii]
Figura 1: aumentan las peticiones de subsidio por desempleo en EE. UU.

Como respuesta, Washington está repartiendo 1.200 USD a cada adulto estadounidense y 500 USD por niño (sobre una base gradual de ingresos no superiores a 75.000 USD para particulares y 150.000 USD para hogares). También se está facilitando dinero directamente a los gobiernos estatales y ampliando las prestaciones por desempleo a las personas que normalmente no las percibirían, como los autónomos o los trabajadores independientes.
En otros lugares, los gobiernos están prometiendo grandes sumas de dinero similares, en un intento de asumir el papel del consumidor ante el auge del desempleo y el ahorro preventivo. Considerando las circunstancias, se trata de soluciones garantizadas que deberían amortiguar la caída de la economía y contribuir a la posterior recuperación. Sin embargo, incluso un estímulo fiscal de esta magnitud sin precedentes no será suficiente para esquivar una profunda recesión.
Figura 2: reducción del PIB desde el pico hasta el mínimo
La magnitud de las probables caídas del PIB es muy incierta, pero será grande.

Poner fin rápidamente al confinamiento es la clave para reavivar la economía
Aunque el crecimiento económico podría recuperarse con fuerza si los gobiernos son capaces de levantar las restricciones relativamente pronto, cuanto más se prolongue el confinamiento más débil será la recuperación puesto que un mayor número de empresas estarán contra la pared. Y cualquier recuperación podría ser muy breve si el virus rebrotara de nuevo, lo que obligaría a tener que aplicar nuevamente el confinamiento.
Más allá del futuro inmediato, la economía básica sugiere que se producirá un deterioro permanente del PIB que ningún banco central ni estrategia gubernamental serán capaces de esconder. Aunque el incremento de la inversión pública mediante transferencias y recortes fiscales puede mitigar la gravedad de la recesión actual, la consecuencia del quid pro quo podría ser un menor crecimiento económico cuando las generaciones futuras tengan que devolver la deuda, así como una transferencia permanente de capital de algunos sectores a otros.
John Maynard Keynes, el defensor primigenio del activismo fiscal en tiempos de recesión profunda, señaló el despilfarro que supone tener desempleadas a una gran cantidad de personas económicamente activas. Argumentó que incluso sería preferible pagar a esas personas por excavar agujeros en el suelo y que luego los volvieran a llenar. Y, sin embargo, pagar a un gran número de personas por no hacer nada es precisamente lo que muchos gobiernos están optando por hacer. A menos que las horas perdidas se compensen una vez que la crisis haya terminado, el capital se destruirá permanentemente, independientemente de la velocidad de recuperación. Mientras tanto, los déficits fiscales se dispararán en muchos países como resultado de la intervención del gobierno.
El dinero no crece en los árboles
Con déficits ya elevados en todo el mundo desarrollado, los bancos centrales no tienen otra alternativa que empezar a comprar grandes cantidades de deuda pública para impedir que aumente el coste del endeudamiento. De ahí que nos preguntemos: ¿de dónde sale todo ese dinero?
Por ahora, los bancos centrales desean acallar las voces que sugieren que están realizando una financiación monetaria directa, es decir, imprimiendo dinero, porque les preocupa que los mercados financieros puedan considerarlo como un factor inflacionario. Andrew Bailey, gobernador del Banco de Inglaterra, ha señalado que se opondrá a cualquier petición de imprimir dinero para permitir al gobierno asumir un mayor déficit.
Independientemente de la forma en que se financien los crecientes déficits, es poco probable que se produzca un repunte significativo de la inflación, a menos a corto plazo. A ello contribuirán la magnitud de la caída esperada en el consumo y el desplome de los precios del petróleo. Después de todo, cuando los bancos centrales implementaron por primera vez políticas monetarias no convencionales a raíz de la crisis financiera, el temor generalizado era que se generaría una inflación mucho mayor. Y ya se comprobó que se trataba de temores infundados. De hecho, el Banco de Japón lleva años monetizando el déficit del país sin generar inflación.
Consecuencias para el mercado
Según Peter Fitzgerald, Director de Inversiones Macro y en Multiactivos de Aviva Investors, aunque es posible una mayor inflación en el futuro, la deflación parece una amenaza mucho mayor. A pesar de la reciente agitación en los mercados de bonos gubernamentales, afirma que no se observan muchos indicios de que los rendimientos vayan a aumentar de forma significativa.
“Ante una emisión de deuda pública tan importante, creemos que los bancos centrales van a tener que fijar los rendimientos al mínimo durante mucho tiempo en todo el espectro de vencimientos”, señala.
En cuanto a las clases de activos de mayor riesgo, David Cumming, Director de Inversiones en Renta Variable de Aviva Investors, señala que, si bien las autoridades políticas en los países desarrollados han adoptado, en general, las medidas adecuadas para tratar de mitigar los efectos económicos de la pandemia, esas medidas solo pueden tener éxito hasta cierto punto.
Colin Purdie, Director de Inversiones en Crédito de Aviva Investors, afirma que la crisis ya supone una amenaza existencial para empresas de varios sectores expuestos a los gastos de consumidores discrecionales, como los viajes y el turismo, el ocio y el sector minorista no de alimentación. En su opinión, cuanto más se prolongue la crisis, mayor será la ola de quiebras.
Cumming asume que está en juego la supervivencia a largo plazo de empresas en los sectores en dificultades, especialmente aquellas cuyos balances ya eran débiles antes de la crisis. Sin embargo, muchos otros aún disponen de recursos para tratar de sortear el bache económico a corto plazo. Tanto Purdie como Cumming coinciden en que los bancos están en una posición mucho más fuerte que durante la crisis de 2008.
En cuanto a Cumming, señala que es especialmente importante tratar de “seguir lo más de cerca posible” a las empresas. “Estamos examinando detalles específicos de las acciones, tratando de entender sus dinámicas y riesgos financieros, para aprovechar las oportunidades que todavía están llegando a un mercado volátil atenazado por el miedo”.
Fitzgerald añade el factor precaución. Sostiene que, aunque las clases de activos de mayor riesgo pueden verse algo favorecidas como consecuencia de las iniciativas políticas para suprimir los rendimientos de los bonos del Estado, proporcionar a las empresas financiación barata y apuntalar la actividad económica, sería prematuro declarar que se ha producido un cambio decisivo en el devenir de estos mercados.
Los activos de riesgo se recuperaron con fuerza en las últimas semanas, a medida que los inversores se esforzaban por identificar el punto más bajo. Pero Fitzgerald afirma que todavía hay mucha incertidumbre sobre la propagación del virus, el impacto económico de las medidas que los gobiernos están tomando para contenerlo, y la eficacia del apoyo que se está dando a las empresas y los hogares.
“Indudablemente, nunca tanto había dependido del desarrollo de una vacuna segura y efectiva. Lamentablemente, parece que todavía es algo que queda lejos. El futuro en el que se levanten las medidas extraordinarias que han adoptado los ministros de finanzas y los bancos centrales parece estar, como mínimo, distante”, concluye.