A principios de febrero, cuando los mercados financieros se mantenían ajenos a las advertencias de los expertos médicos sobre los peligros del coronavirus, el equipo de estrategia de inversión de Ian Pizer, de Aviva Investors, comenzó a examinar la investigación médica para saber más acerca de las posibles consecuencias e implicaciones para la economía y los mercados mundiales. Lo que descubrió plantea preguntas sobre la capacidad de los actores del mercado financiero para reaccionar ante problemas que escapan a su conocimiento.
Como estratega de inversiones para una empresa de gestión de activos, una parte esencial de mi día a día es prepararme para lo inesperado e intentar comprender sus posibles consecuencias en los mercados. Hasta hace poco, nunca habría pensado que, entre mis prioridades, estaría el adquirir un conocimiento básico de cómo un virus se convierte en una pandemia a nivel global con la capacidad de causar estragos en la economía mundial.

Hace tiempo, en mis clases de Historia del colegio, nos hablaron del brote de gripe española que comenzó a principios de 1918, la cual se cobró muchas más vidas que la Primera Guerra Mundial, que terminaría ese mismo año. Aun conociendo ese dato, he de reconocer que, como muchas otras personas ajenas al mundo de la epidemiología, yo tampoco supe ver lo que nos esperaba.
En los últimos años, numerosos expertos de prestigio han advertido de esta situación
Tal vez deberíamos haberlo visto venir, aunque a toro pasado, todo nos parece más evidente. Tras investigar el tema durante varias semanas, comprobé que, en los últimos años, numerosos expertos de prestigio han advertido de esta situación. Apenas tenemos que remontarnos a enero de 2019, cuando se publicó un informe de los servicios de inteligencia de EE. UU. en el que se prevenía que el país “sería vulnerable a la próxima pandemia de gripe o brote a gran escala de una enfermedad contagiosa que podría dar lugar a tasas masivas de mortalidad y discapacidad, afectaría gravemente a la economía mundial y agotaría los recursos mundiales, además de que se produciría un aumento de las solicitudes de ayuda a EE. UU.”.
Ese mismo año, un grupo de destacados expertos internacionales advirtió de que existen "riesgos cada vez más graves” de epidemias y de que los esfuerzos de los gobiernos para prepararse para esta coyuntura son "extremadamente insuficientes”. El primer informe anual del Global Preparedness Monitoring Board —un grupo de trabajo independiente de 15 expertos creado a iniciativa del Banco Mundial y de la Organización Mundial de la Salud (OMS)— describe la amenaza de una pandemia mundial, capaz de matar a decenas de millones de personas, como "real”.
Este tipo de mortandad no queda relegada a la historia. Cuando hablamos de otra pandemia de gripe, no es cuestión de si ocurrirá, sino de cuándo.
Mientras tanto, en el prólogo de la serie documental de Netflix Pandemia: Cómo Prevenir Un Brote, el Dr. Dennis Carroll, director de la Unidad de Amenazas Emergentes de la Agencia Federal para el Desarrollo Internacional de EE. UU. (USAID) advirtió, en referencia al brote de gripe española del siglo pasado, de que: “Este tipo de mortandad no queda relegada a la historia. Cuando hablamos de otra pandemia de gripe, no es cuestión de si ocurrirá, sino de cuándo”.
Parte del problema reside en que, desde el cambio de siglo, hemos sido testigos de otros brotes de enfermedades virales, como el SARS, el MERS, la gripe aviar, la gripe porcina o el Ébola. En cada caso, los expertos médicos alertaron exclusivamente para evitar que se materializara una pandemia. Pero no sucedió como en el cuento de Pedro y el Lobo, ya que ahora vemos que sus advertencias y su inquietud estaban más que justificadas. Deberíamos haber aprendido de su éxito a la hora de acabar con la amenaza, en lugar de creer que nunca existió.
Los mercados financieros recibieron con demasiada indiferencia la amenaza del COVID-19
Visto en retrospectiva, los mercados financieros recibieron con demasiada indiferencia la amenaza del COVID-19, cegados por su adicción monetaria del que habían pasado a depender desde la crisis financiera. De hecho, se consideraba la cura de cualquier debilidad en la economía mundial; sin embargo, esta excesiva dependencia ha resultado salir muy cara.
Para demostrar la agresiva reacción de los mercados ante la adversidad, merece la pena recordar que el S&P 500 alcanzó un máximo histórico de 3386,15 el 19 de febrero, más de siete semanas después de que China alertara a la OMS de varios casos misteriosos de neumonía en Wuhan. El mismo día en que el mercado bursátil estadounidense registró un nuevo récord, la OMS desveló que había casi 144 000 casos en todo el mundo y que el virus se había extendido a otros 25 países. En este punto, la indiferencia de los inversores dio paso al miedo. El 19 de marzo, un mes después de su máximo, el S&P se hundió un 29 % y acabó la jornada en 2398,10.
No desoiga lo que no entiende
A principios de febrero, se observó claramente un marcado paralelismo entre las afirmaciones de la mayor parte de la literatura médica y lo que los mercados financieros deseaban creer. Como resultado, me encomendaron la tarea de investigar con más detalle exactamente cuál es la opinión de los expertos sobre el COVID-19, con el fin de intentar valorar la repercusión que podría tener una serie de escenarios en el mercado.
Las afirmaciones de algunos analistas financieros eran erróneas y contradecían las del ámbito científico
Pude encontrar información al respecto fácilmente: gran parte de la investigación en este campo está disponible de forma gratuita en los sitios web de la OMS y de numerosas instituciones académicas de primer rango, como la Universidad John Hopkins, la Facultad de Medicina de Harvard y la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (LSHTM). Además, el lenguaje empleado en estos estudios es sorprendentemente sencillo, lo que sugiere que los autores desean que sea lo más accesible posible.
Aunque no pretendo tener más conocimientos médicos que nadie, soy de formación matemático y tengo un doctorado en Lógica Matemática. Evidentemente, esta formación no es esencial para comprender los riesgos generales del COVID-19, pero sí que se ha revelado útil para familiarizarme con los aspectos relativos al modelado matemático, ya que las matemáticas son la base de gran parte de la ciencia detrás de la propagación de una epidemia. No me llevó mucho tiempo darme cuenta de que las afirmaciones de algunos analistas financieros eran erróneas y contradecían a la ciencia.
Ya había pruebas irrefutables de la baja probabilidad de contención y, por tanto, de que desembocara en una pandemia
En epidemiología, la tasa básica de reproducción (o R0) de una infección se refiere al número esperado de casos que genera de forma directa un solo caso en una población en la que todos los individuos son predispuestos a la infección. En un modelo simplificado, la R0 depende de tres factores: la probabilidad de que infecte a alguien si hay contacto social; cuántos contactos tiene; y la probabilidad de que estos contactos estén predispuestos al virus, porque no son inmunes. Si el valor de R0 es superior a 1, el virus se propagará; cuanto más alto sea el valor, más difícil será controlarlo.
Uno de los primeros artículos que leí fue un blog del sitio web de LSHTM. El autor afirmaba que, a pesar de la incertidumbre dado que el brote estaba aún en fases tempranas, ya había pruebas irrefutables de la baja probabilidad de contención y, por tanto, de que desembocara en una pandemia. Estas declaraciones se encontraban en las antípodas del punto de vista predominante en el mercado, lo que me llevó a examinar por qué los virus como el MERS y el SARS, ambos con tasas de mortalidad muy elevadas, alcanzaron su pico y, finalmente, se detuvo su propagación.
Desde las primeras fases de un brote, el 100 % de la población tiene predisposición a contagiarse, ya que no somos inmunes a la nueva enfermedad. Por lo tanto, los dos primeros factores (la probabilidad de que se infecte a alguien si existe contacto social, y el número de contactos que tiene la persona infectada) son los que determinan la capacidad para controlar la propagación de la enfermedad. En el caso del SARS y el MERS, la transmisión era proporcional a los síntomas. Esto significa que las personas solo resultaban altamente infecciosas cuando estaban muy enfermas, por lo que las autoridades pudieron realizar un seguimiento de los contactos antes de que fueran contagiosos y, finalmente, controlar la tasa de reproducción. De hecho, fueron capaces de reducir a cero el número de contactos sociales de los individuos infectados.
Transmisión asintomática
Desafortunadamente, en el caso del COVID-19, numerosas pruebas sugieren que las personas asintomáticas o que presentan síntomas muy leves pueden transmitir la enfermedad. En consecuencia, es prácticamente imposible identificar a las personas infectadas antes de que resulten contagiosas. Esto significa que no se puede replicar la capacidad de reducir el contacto social con los infectados, como sí se hizo con el SARS y el MERS. Por lo tanto, se requiere aplicar el distanciamiento social en poblaciones enteras. Sin embargo, dada la dificultad de conseguir implantar esta medida para toda la población, la mayoría de los expertos creen en la actualidad que, aunque estas acciones pueden ralentizar la propagación de la enfermedad, como ocurrió con la gripe española, es probable que se produzcan repuntes intermitentes conforme, y cuando, estas medidas se relajen.
Los gobiernos occidentales pretenden suprimir, en lugar de simplemente mitigar, la propagación del virus
En su desesperación por ralentizar el ritmo al que se propaga la enfermedad, y así evitar el colapso de sus sistemas sanitarios, los gobiernos han recurrido a bloqueos cada vez más draconianos. Estas medidas están deteriorando la actividad económica, lo que a su vez ha provocado el colapso del mercado financiero.
Conforme nos invadía la preocupación, tomamos medidas para reducir los riesgos en nuestras carteras. En retrospectiva, quizá podríamos haber sido aún más agresivos a la hora de reducir el riesgo, pero, de todos modos, estas acciones han ayudado. Lo que no esperábamos era que los gobiernos occidentales pretendieran suprimir, en lugar de simplemente mitigar, la propagación del virus en la medida en que lo han hecho.
Los inversores también deben asegurarse de no bajar la guardia ante las oportunidades para añadir riesgo, cuando parezca apropiado, en un horizonte de dos a tres años
Dado el ritmo y la magnitud de la oleada de ventas, muchos inversores actualmente tratan de apostar por que nos encontramos en el punto de inflexión mínimo de la crisis del mercado. Es probable que esta postura de los inversores se deba a que consideran que los expertos médicos están sistemáticamente predispuestos a temer lo peor. Sin embargo, algo que los inversores deberían haber aprendido de los acontecimientos de las últimas semanas es que seguir el instinto y apostar contra la opinión de los expertos es un juego muy peligroso.
Habida cuenta del flujo de noticias cada vez más funestas procedente de muchos países, y que apenas se vislumbra la luz al final del túnel, en lugar de tratar de forzar el repunte del mercado, les convendría más a los inversores reducir el riesgo general de sus carteras. Dicho esto, la velocidad de respuesta de los gobiernos y los bancos centrales ha sido elevada y rápida. Si bien esto no facilita valorar qué dirección es probable que tomen los mercados financieros, y aunque concentrarse en operaciones de valor relativo puede tener sentido en este momento, los inversores también deben asegurarse de no bajar la guardia ante las oportunidades para añadir riesgo, cuando parezca apropiado, en un horizonte de dos a tres años.
Una cosa parece cierta: en las próximas semanas, cada vez más inversores deberían echar un buen vistazo a la literatura médica para obtener una mejor perspectiva de la evolución del COVID-19, antes de tomar decisiones de inversión de peso.